Yo le grité al mundo tus palabras y jamás me avergoncé.
A mi papá le dediqué un par de tus historias. Nos gustaba leerte. Tu "Poemas de Otros" era nuestro favorito, y es que esa firma tuya, grabada al paso, era casi tan emocionante como imaginar a mi viejo cantándome el "Hombre Preso que mira a su hijo".
Me gustas repetido, cliché. Me gustas como lugar común; consecuente y militante. Me gustas tierno y subversivo. Me emocionan todas las veces que te leí, envidiándote con rabia, por tener la lucidez de juntar tripas y mente, sin miedo a equivocarte.
Creías que la vida era la excursión a la muerte. Y vaya que aprendiste en estas selvas de hombres, en estos ríos de manos y corazones. Cuánto recorriste buscando gobernar tu vida, afinando la puntería y los trazos.
Habrá que seguir repitiendo tus versos, putear y llorar tus ausencias... "porque es mejor llorar que traicionar / porque es mejor llorar que traicionarse. Llora, botija... pero no olvides"

No recuerdo cuando quise saber más, pero la inquietud llegó y no pude contenerla. Había confundido recuerdos y los triciclos de mis sueños se confundían con nuevos escenarios, más calurosos y más verdes y más sabrosos.
No recuerdo cuando quise saber, pero las preguntas empezaron. La estrella de mi bandera se había multiplicado por siete, y algunos colores mutaron, mientras mi padre ahora esbozaba una tranquila sonrisa.
No recuerdo cuando quise saber, pero un día escuché la palabra Exilio y no la entendí. Fue una palabra dolorosa, fría, lejana, injusta. Exilio en el diccionario de mi vida se erigió como una palabra sangrienta, cruda. Aprendí que exilio es una palabra grave, gramática y humanamente hablando.
No recuerdo cuando quise saber, pero un día pregunté y me respondieron con un abrazo y con una lágrima. El abrazo masculino y la lágrima femenina. El abrazo que llora y la lágrima que abraza. Y yo que no entendía. Y yo que aún no entiendo.
No recuerdo cuando quise saber, pero tenía que saber, lo merecía, lo exigía mierda! Si a mi también me exiliaron, o creíste que la gente se va sola. No, nos fuimos cuatro, incluso uno nació por allá por los exilios, a ese también le estrellaste la bota en la cara.
No recuerdo cuando quise saber, ni siquiera recuerdo si algún rumor trató de responder a mis gritos. Mi memoria sólo afirma coloridas fotos de mis manos volviendo a abrigar una única estrella tatuada en la bandera, y el desgarro de mi madre y de mi padre. Del padre masculino y de la madre femenina. Y de la bota en la cara… esa bota no se olvida, aunque la quieras borrar, esa bota no se olvida.